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La relatividad ontológica de Quine

Actualizado: 13 sept 2023

En el texto de “La relatividad ontológica” (1969), Quine se encarga de argumentar su posición de que las palabras son inescrutables con relación a su referencia, de ahí su relatividad ontológica. En otras palabras, Quine va a los límites del lenguaje al momento de filosofar sobre la referencia de las palabras. Además, y es algo que mencionaré brevemente al final, considero que este problema puede ayudarnos a pensar de una forma un poco más profunda en algunos problemas que hay entre posiciones feministas ya que muchas veces el dilema surge al momento de pensar qué significan o a qué refieren ciertas palabras.


En primer lugar, hay que tener en cuenta que Quine, como Dewey, era un conductista. Es decir que creía que el significado de las palabras se manifestaba únicamente por medio de las conductas externas y no por estados mentales: “El lenguaje es un arte social que todos adquirimos con la única evidencia de la conducta manifiesta de otras gentes en circunstancias públicamente recognoscibles”. p. 43.


Quine distingue dos aspectos de las palabras: el fonético y el sintáctico. Y empieza su análisis a partir del segundo. Quiere mostrar la inescrutabilidad de la referencia de las palabras y para eso empieza hablando de la noción de identidad de significado en las traducciones de un lenguaje a otro. Arma el ejemplo artificial del “gavagai”, donde gavagai se pueda traducir como “conejo” o como “conejeidad” y donde ambas traducciones son igualmente correctas y acertadas. Cuando esto sucede, nos damos cuenta de que hay un problema pues no podemos saber exactamente a qué se refiere el hablante del otro idioma, en parte porque nos hacemos esa pregunta parados desde el nuestro. Pero Quine no se queda allí y pone otros ejemplos no solo en otros lenguajes sino en el español mismo (inglés, el idioma original). Por ejemplo, la palabra “verde” la podemos usar para referirnos a algo concreto (en sus términos, ostensión directa) o a algo abstracto (en sus términos, ostensión diferida): el césped es verde y el verde es un color, respectivamente. Con lo anterior, dice él, muestra la inescrutabilidad de la referencia.


Para complementar su estudio mezcla la filosofía del lenguaje con la filosofía de las matemáticas y habla de los “naturales” como palabra y con esto explica su posición de que “las expresiones se conocen solamente por sus leyes” (Quine, p. 64). En este caso, los números naturales se conocen solamente por las leyes de la aritmética, “tales que cualesquiera constructos las obedecen -ciertos conjuntos, por ejemplo-, son elegibles como explicaciones del número” (íbid). En ese sentido, dice él, Aritmética es todo lo numerable y no hay tal cosa como los números (es decir, niega una concepción platónica de los números), sino solamente aritmética.


En ese sentido, podemos ver que la inescrutabilidad de la referencia se da en muchos niveles distintos. En particular, se da en el propio idioma. Y cuando tenemos que interactuar con otro hablante aplicamos el “principio de caridad” en el cual nunca podemos saber exactamente a qué se refiere nuestro interlocutor, pero para términos prácticos lo adaptamos a lo que nosotros creemos que es lo correcto. No obstante, lo más interesante viene cuando el nivel al que llega la inescrutabilidad es en la casa misma, es decir, el lenguaje que nosotros mismos usamos. Para este punto hay que tener en mente que, como Wittgenstein, Quine no cree en lenguajes privados.


Se podría decir, además, que en la práctica la pregunta por la referencia de un término se detiene en el acto de señalar. “Pero señalar es insuficiente porque ningún hecho sobre el acto de señalar permite contestar la pregunta por la referencia de los términos. Luego, la pregunta por la referencia es relativa a un sistema de coordenadas en el lenguaje materno”. (Barrero).


Quine dice que decimos ‘verde’ y ‘conejo’ “precisamente con estas palabras. Esta red de términos y predicados e instrumentos auxiliares es, en la jerga de la relatividad, nuestro esquema de referencia, o sistema de coordenadas” (68). Es decir que cuando analizamos nuestro propio lenguaje vamos de referencia en referencia hasta un posible regreso al infinito donde lo que sucede es que estamos intentando descifrar algo de las reglas del juego con las mismas reglas del juego. Quine enfatiza por eso en el esquema de referencia o el sistema de coordenadas. Entonces, concluye, “la referencia es un sinsentido excepto como relativa a un sistema de coordenadas” (69). Y más adelante: “El lenguaje de fondo da sentido a la cuestión, pero sólo un sentido relativo; un sentido relativo a él, al lenguaje de fondo” (69).


¿Qué sucede, entonces, con las teorías que están dentro de este lenguaje? Cada teoría tiene sus objetos, pero dado lo anterior no son objetos absolutos, sino relativos al lenguaje de fondo o sistema de coordenadas. “Lo que tiene sentido no es decir cuáles son los objetos de una teoría, absolutamente hablando, sino cómo una teoría de objetos es interpretable o reinterpretable en otra” (70-71). Al respecto, Quine agrega que “no podemos [ni siquiera] exigir que las teorías sean completamente interpretadas, excepto en un sentido relativo, si algo ha de ser tomado como una teoría” (72).


Dado lo anterior, me parece pertinente traer a colación algunos debates feministas en los que se enfrentan dos teorías distintas, pero ambas autodenominadas feministas, donde cada una tiene un objeto o nombre que fonéticamente es igual pero que difiere en cuanto a significado o referencia. Claramente, en ese caso no hay una noción de identidad de significado, a pesar de que se use la misma palabra. Hay relatividad que excede a ambas teorías pues ambas están bajo un sistema de coordenadas diferente y, cuando se trata de ponerlas en relación, se reinterpreta siempre de un modo que resulta violento para alguno de los dos lados. Pero ninguna tiene un objeto absoluto, simplemente, porque no lo hay. Este debate da para otro texto, pero quiero mencionar por último que en este debate lo que hay que pensar son las consecuencias políticas y las razones históricas de escoger uno u otro significado. Si el debate se centra, por ejemplo, en la pregunta por qué significa la palabra “mujer”, entonces hay que pensar que históricamente ha sido una palabra que se ha usado como oposición a “hombre” para marcar una diferencia sexual entre humanos. Además, también históricamente, las feministas se han valido de esa definición para hacer una denuncia a la opresión que han (hemos) vivido a causa del sexo con el que nacimos. Entonces, las consecuencias políticas de cambiar ese significado por otro implican que se borraría, de alguna forma, esa denuncia y la diferenciación entre sexos (que es importante no solo en términos de la lucha política que acabo de mencionar, sino también porque habitar en el mundo con un determinado sexo implica a su vez una forma distinta de experimentarlo). Otra consecuencia sería que tocaría buscar otra palabra para ese significado, pero ¿por qué habríamos de hacer tal cosa?


Para finalizar, la pregunta por las palabras y sus referencias implica a una pregunta por el ser (y esto explica el nombre del texto). Con lo cual, la relatividad dada por el lenguaje de fondo o sistema de coordenadas implica también la existencia de relatividad ontológica donde no hay nada absoluto porque al preguntarse por el ser hay circularidad: “Una cuestión de la forma “¿qué es un F?” puede contestarse solamente recurriendo a un término ulterior: “un F es un G”. La respuesta tiene solo sentido relativo: sentido a la aceptación acrítica de ‘G’”. (74). Con lo cual, las cuestiones ontológicas son relativas a una teoría de fondo. Tal y como cuando hablé de los debates feministas a modo de ejemplo. “No podemos saber qué es una cosa sin saber cómo está delimitada de las demás cosas. De este modo, la identidad es una con la ontología” (76). No hay más.






Referencias

Quine, W. V. O. (1974). La relatividad ontológica y otros ensayos. Tecnos.

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