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La mujer en la novela El amor en los tiempos del cólera (1984)

Actualizado: 13 sept 2023


Antes de entrar el tema que voy a tocar, vale la pena nombrar algunas cosas de la novela. Se trata de una novela extensa dividida en seis capítulos sin nombre que trata principalmente el tema del amor de pareja y el erotismo en la Cartagena de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. García Márquez construye un universo muy rico en el que toca muchos otros temas de forma arrolladora, la vejez, el poder, la violencia en el contexto político colombiano y los proyectos modernizantes bajo el modelo europeo en la fundación de ciudades en la época.


No obstante, escojo el tema de la mujer porque el tema del amor romántico o de pareja siempre ha interpelado el habitar el mundo siendo mujer de una forma particular e importante. En primer lugar, el protagonista Florentino Ariza encarna una idealización absurda del amor romántico en la que a lo largo de la novela lo vemos obsesionado por una mujer por más de cincuenta años con la supuesta excusa de amarla o estar enamorado de ella, que además toca una pregunta que, de hecho, toca el libro en todas sus páginas entonces, ¿qué es el amor? Mi lectura de lo que le sucede a Florentino todos esos años es que su deseo de poseer a Fermina no es satisfecho.


Sin embargo, mientras transcurren los cincuenta años en los que a Florentino se le pasa la vida esperando a Fermina, no desaprovecha el tiempo y desde de que una mujer desconocida lo viola en un buque (curioso porque ese es todo un tópico en la narrativa de García Márquez), él decide llevar una vida sexualmente desaforada en la que intenta reemplazar su obsesión por Fermina con encuentros cortos con cualquier mujer. De esta forma de vida no me impresiona lo que acabo de mencionar, sino dos mujeres en particular: el primero, que tuvo con Olimpia Zuleta, una mujer casada a la que él le escribe un letrero en el vientre que dice “Esta cuca es mía”. Letrero que a parte de ser en sí mismo violento le causaría la muerte a la mujer en el momento en el que el esposo lo ve mientras la desnuda, “fue al baño por la navaja barbera mientras ella se ponía la camisa de dormir, y la degolló de un tajo” (García Márquez, 311). Por las palabras que merece: un feminicidio. El segundo, que de alguna forma también podría pensarse como feminicidio, es la relación que tuvo Florentino, cuando ya era un viejo, con América Vicuña. En contraste, América era tan solo una niña cuando cayó en las garras de Florentino “se la fue llevando de la mano con una suave astucia de abuelo bondadoso hacia su matadero clandestino. […]. Después de tantos años de amores calculados, el gusto desabrido de la inocencia tenía el encanto de una perversión renovadora” (íbid, 389). No obstante, la escena que más me ha causado asco y repulsión es la que viene:


“Ya no era la niña recién llegada que él desnudaba pieza por pieza con engañifas de bebé: primero estos zapatitos para el osito, después esta camisita para el perrito, después estos calzoncitos de flores para el conejito, y ahora un besito en la cuquita rica de su papá.” (íbid, 421).

Aunque el narrador al contar esto nunca justifica a los asesinos o al pedófilo (que no olvidemos que también es el protagonista), tampoco hace un juicio moral ante eventos tan atroces y de tan grande magnitud como el que acabamos de ver. En este momento, surge la pregunta moral por cómo narrar la violencia sin revictimizar y sin hacer un espectáculo del acto violento. En este pasaje y en el anterior, los lectores somos voyeurs de actos perversos donde incluso se alcanza a erotizar la violencia. Aún no puedo sacar más conclusiones al respecto, pero sí me parece pertinente contrastarlo con la novela de Evelio Rosero En el lejero, en el que la puesta en escena es completamente diferente y, por lo mismo, la pregunta se torna precisamente en la cuestión moral de narrar un hecho violento. Algunas personas alegan que todo esto hace parte del recurridamente llamado realismo mágico de García Márquez, pero creo que en ningún sentido podría excusar esta cuestión a la que ninguna feminista podría leer de corrido sin detenerse un momento, sin sentir náuseas o rabia. Todo se recrudece más aún cuando vemos (spoiler alert) que el final de esa historia termina en que América se suicida por despecho del abandono de Florentino mientras él por fin logra su cometido de conquistar (no uso esta palabra caprichosamente, sino al contrario para enfatizar en todo lo que implica esta palabra, como cuando antes se decía que los hombres conquistaban cierto territorio) a Fermina Daza.



Por otro lado, Fermina encarna el destino de una mujer de clase media en la época: estudiaba cuando niña en un colegio en el que le enseñaban cómo ser esposa, su padre decidió por ella cuando se enteró de que estaba enamorada de un don nadie, toda su vida fumó encerrada en un baño porque se suponía que una mujer de bien no debía hacerlo, terminó casándose con un hombre rico y de apellido al que aprendió a amar, pero del que también ella era una “esclava de lujo”. A pesar de todo lo anterior, Fermina era de carácter fuerte y no sumiso, digna y orgullosa. Fermina hace que por un día su esposo haga las labores de ella, momento en el que él se da cuenta (pobre hombre) de lo difícil que es el trabajo doméstico. No obstante, cuando al final de su vida tiene por fin libertad termina juntándose con Florentino, al fin y al cabo, un final feliz al estilo de novela romántica hollywoodense. Dentro de lo malo que veo, sin embargo, me parece interesante que con eso la novela también muestra la posibilidad del amor después del amor y de la posibilidad del amor en la vejez. Por último, algo en cuanto a la forma que me parece importante en cuanto a Fermina Daza es que nunca se usa su nombre de casada, con lo cual los lectores siempre la vemos y la nombramos en tanto ella misma, no en tanto esposa de algún hombre, en oposición a como la llamarían en su universo: la señora de Urbino.


Otro elemento importante para nombrar se trata de la figura de la viuda en la novela. La mujer en esta novela pasa normalmente por tres etapas a lo largo de su vida: niña, mujer casada y viuda. En la primera es propiedad del padre, quien decide lo que (quién) es bueno o no para ella, en la segunda es propiedad del esposo, a quien tiene que servirle en todas las labores del cuidado y la última es, por fin, la etapa en la que la mujer tiene libre albedrío, control sobre su vida, Fermina por ejemplo, “quería ser otra vez ella misma, recuperar todo cuanto había tenido que ceder en medio siglo de un servidumbre que la había hecho feliz, sin duda, pero que una vez muerto el esposo no le dejaba a ella ni los vestigios de su identidad.” (íbid, p. 398). Y más adelante, sobre las viudas en general:


“De tanto conocerlas en sus incursiones de cazador solitario, Florentino Ariza terminaría por saber que el mundo estaba lleno de viudas felices. […]. Pero en aquellas misas de soledad iban tomando conciencia de que otra vez eran dueñas de su albedrío, después de haber renunciado no sólo a su nombre de familia sino a la propia identidad, y todo eso a cambio de una seguridad que no fue más que una más de sus ilusiones de novias.” (íbid, pp. 289-290).


Como vimos, la novela, al centrarse en el tema del amor, muestra una perspectiva sobre la mujer en el universo creado por García Márquez. Se trata de un mundo que refleja la vida real de la época, pero en la que pensamos también en la cuestión moral de cómo se narran eventos violentos y en muchos casos atroces. Vimos desde un punto de vista crítico el personaje masculino principal y cuestionamos el final de la novela. En medio de todo, también vimos que la protagonista femenina supone un contrapeso con su personalidad fuerte en el contexto que le tocó vivir. Este análisis nos permite también preguntarnos por lo que mencioné al principio de qué es el amor, pero también cuál es la posibilidad del amor entre una pareja heterosexual en el contexto en el que vivían los personajes. Por ejemplo, muchas veces en la novela se decía que el doctor Juvenal Urbino amaba a Fermina, pero ¿un hombre puede amar a una mujer en un contexto tan machista? Creo que la novela plantea que sí, no solo por decirlo explícitamente sino también porque el doctor Urbino se lo muestra a Fermina a lo largo de todos sus años de matrimonio, la respeta y se entiende con ella, pero no deja de ser curioso, y esto se aplica aún para nuestra época, cómo puede existir amor entre dos sexos opuestos cuando uno ha sido oprimido históricamente por el otro y sobretodo cuando esa opresión ha tenido mucho que ver con la idea de amor romántico. Algunas feministas radicales, pienso en el texto “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana” de Adrienne Rich, afirmarían que no es posible, que una relación afectiva heterosexual está marcada por la violencia y necesariamente va a ser así mientras el contexto no cambie. Es por esto que muchas optan por el lesbianismo político. Yo por ahora no llego ahí, me dejo convencer por la novela en tanto el matrimonio feliz entre Urbino y Daza[1] y un poco, a modo de confesión personal, por experiencias vividas. Claro que todo enmarcado, como siempre, espero, en la conciencia de ausencia de verdades absolutas.











[1] Me habría gustado detenerme un poco más en la cuestión del matrimonio, un elemento que es también muy importante en la novela y que también algunas veces tiene que ver con el amor. No lo puse en todo el texto porque, aunque creo que ofrece un punto de vista interesante, no muestra nada muy nuevo al respecto, más allá de lo que mencioné cuando estaba hablando de Fermina cuando en la novela el narrador dice que ella era una esclava de lujo. Pero lo digo acá: el matrimonio de Fermina y Juvenal, el único que vemos en la novela, es tranquilo y feliz. Se sostiene en parte por la visión racional y calculadora del esposo quien decía “Recuerda siempre que lo más importante de un matrimonio no es la felicidad sino la estabilidad” (íbid, p. 427).

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