Fragmentos sobre y desde la diáspora
- mcamilacch
- 28 oct 2020
- 4 Min. de lectura


Me escapé de la isla
que me parecía una prisión
para encontrarme encerrado
en un cuarto de Montreal
Laferrière p.60.
La identidad mía la voy construyendo, escribiendo y borrando conforme pasa el tiempo, o sea, conforme experimento, pienso y siento. Mi identidad se partió en dos cuando, a los 16, dejé mi casa y cambié de ciudad. Desde hace rato quería escribir sobre esto porque es una marca que definió profundamente las ficciones que me narro sobre mí, tal vez por esto necesitaba escribirse a modo de fragmentos.
Vivo en la diáspora desde que salí de Popayán.
Y una vez se entra en la diáspora, no es posible salir de ahí.
Y el exilio del tiempo es más despiadado aún
que el del espacio.
A mi infancia
la echo de menos con más dolor
que a mi tierra.
p.84
Los estrictos me objetarán que la diáspora se vive saliendo del país propio. Pero ¿por qué no usar la palabra cuando al migrar de ciudad igual hay cambio de dialecto, de costumbres y se está lejos del hogar? Sobretodo en un país centralizado donde la dinámica de La Capital es una cosa muy diferente a todos los pueblos y ciudades pequeñas colombianas, o sea, todo lo que no es Bogotá. Llegar a Bogotá fue aprenderla desde adentro, la ciudad de todos y de nadie.
Cambiar de ciudad fue reaprender Popayán, borrar lo que sabía y lo que daba por sentado. Tal vez que ya ni me acuerdo lo que sabía cuando vivía allá, solo recuerdo las ganas exacerbadas de salir y de lo oprimida que me sentía ante un sistema que para ese momento no podía nombrar. Estando acá fue que lo pude poner en palabras: patriarcado, colonialismo, religiosidad católica, homofobia y clasismo. Igual no son cosas que en Bogotá no existan, no creo que haya rincón en Colombia que no esté permeado por todo eso, pero sí que se viven de forma muy diferente. Quizás, acá me queda más fácil evadirlas.
Cada que vuelvo, amo recorrer las calles del centro bajo un colorido atardecer,
pero siento el tedio de la quietud.
Me encuentro en esta ciudad
En la que no ocurre,
Por una vez,
Nada salvo
El simple placer de estar vivo
Bajo un sol resplandeciente
En la esquina de las calles Villate y Grégoire
ibid. p.94.
Y volver duele porque nunca nada es igual, y la mayoría de las veces se pone peor. Nuevas hendiduras en las calles y nuevas arrugas en los rostros amados. Entrar en mi habitación es de lo más raro, está todo lo que dejé, pero siempre hay algo diferente, algo que yo no haría de ese modo, bajo unos 5 centímetros la persiana, corro al lado otros 5 mi plantita. Mientras yo estoy, siempre hay una maleta a la vista.
Y volver duele porque nunca nada es igual, y la mayoría de las veces se pone peor. Nuevas hendiduras en las calles y nuevas arrugas en los rostros amados.
Los verbos “ir” y “volver” se intercambian con más facilidad. Voy a Popayán, vuelvo a Popayán, pero también vuelvo a Bogotá, me quedo en…
Volver a Bogotá es disfrutar el viento frío mientras recorro la 26 con vista a los cerros, el trancón, Transmilenio y alguna forma de manifestación en las paredes, algunas diciendo: No más masacres en el Cauca.
Volver a Bogotá es escuchar el acento rolo, pero también el paisa, el venezolano, el costeño, el pastuso, o una mezcla rara de todos (probablemente el mío).
Volver a Popayán es extrañarse ante el propio dialecto, no olvidar las palabras ni mucho menos el acento, sino al contrario notarlos más.
La diáspora, cuando se tiene el privilegio, es un tránsito casi infinito.
Volver a Popayán es extrañarse ante el propio dialecto, no olvidar las palabras ni mucho menos el acento, sino al contrario notarlos más.
Por eso la cuarentena, ocasionada por el covid19, de este año fue una dislocación drástica, de la nada tuve que escoger, ¿cuál es más tu hogar?
Estar en la diáspora es valorar la soledad, reconocerse en ella, disfrutarla y necesitarla. Y tal vez no hay respuesta, vivir en la diáspora es no tener el hogar en un solo lugar. Me sentí en casa los dos meses que estuve sola en mi apartamento, con mis libros, con mis pensamientos y con mi gato. Y claro que también me sentí en casa pasando mucho tiempo con mis padres (como nunca lo había hecho, ¿gracias, coronavirus?).
Vivir en la diáspora es un extrañar constante, acá extraño los domingos con mi familia, el cafecito con pam de las 5 de la tarde, los entrenos con mi papá, las charlas con mi mamá. Allá extraño mi vida construida, las posibilidades, a Chan y a las/os parceras/os.
Mi biblioteca nunca está completa, los libros transitan conmigo y yo soy como mi biblioteca.
Reconozco las calles de Bogotá cada vez más, reconozco incluso algunos huecos.
En Popayán me pierdo un poco, no sé por dónde caminar.
¿A dónde pertenezco?
Quizá la pregunta parta de un absurdo, pues quizás no existe tal cosa para el humano más allá de lo que dice la cédula o el pasaporte.
I do love my ma and pa
Not that way that I do love you
…
Ah, home, let me come home
Home is wherever I'm with you
Así dice la canción y tal vez sea esa parte de la respuesta que me gusta, siendo el hogar las personas amadas. Pero solo una parte porque también son los escolios de los libros, la cama destendida, la cocina (des)ordenada a tu gusto.
El galope en la llanura sombría del tiempo
Antes de descubrir
Que en esta vida no hay
Ni norte ni sur
Ni padre ni hijo
Y que nadie
Sabe de verdad dónde ir.
ibid. p.27.
A veces una maleta y otras veces las notas que guardas en el celular.
Otras tu idioma y otras tu dialecto.
Otras donde puedas bailar desnuda, tal vez tú misma, tal vez tu cuerpo.
Si quiere uno partir de verdad debe olvidar
Hasta la idea misma de maleta.
Las cosas no nos pertenecen.
Las hemos acumulado por simple comodidad.
Esa comodidad es lo que hay que cuestionar
Antes de franquear la puerta.
ibid. p.48.
Referencias
Laferrière, D. (2012). El enigma del regreso. Madrid: Alianza Editorial.
Zeros, E. S. (2009). Home [Recorded by E. S. Zeros].
La foto de Bogotá, tomada de Wix y la de Popayán tomada de las2orillas.co
Comments